jueves, 21 de julio de 2011

España no investigará los crimenes del franquismo y el Congreso rechaza cambiar la ley de amnistía de 1977

España: el Congreso rechaza cambiar la ley de amnistía de 1977 y no investigará los crímenes del franquismo







(20/7/2011) Rechazaron la propuesta del Bloque Nacionalista Gallego. Planteaban "cerrar heridas y no abrirlas".

La Cámara de Diputados de España determinó que finalmente no se investigue ni se juzgue los crímenes cometidos durante la dictadura del general Francisco Franco. De esta manera rechazaron la iniciativa del Bloque Nacionalista Gallego (BNG) de modificar la ley de amnistía de 1977.

La propuesta del BNG fue rechazada por el voto conjunto del gobernante Partido Socialista Obrero Español (PSOE), el derechista Partido Popular (PP) y los nacionalistas catalanes de Convergencia i Unió (CiU). Al respecto, el diputado gallego Francisco Jorquera, había explicado que se trataba de “cerrar heridas y no abrirlas algo que no se puede hacer desde el olvido y la impunidad”.

Los cambios en la ley planteaban la exclusión de dicha reglamentación de todos los crímenes de lesa humanidad e impedía la prescripción de los mismos. Por su parte, los partidos que se negaron a modificar la ley explicaron que se trata de una reforma “prácticamente innecesaria y que presenta inconvenientes jurídicos”.

sábado, 16 de julio de 2011

España trata de justificar ante Argentina que ya juzga los crimenes franquistas

España trata de justificar ante Argentina que ya juzga los crímenes franquistas

Envían un informe de cientos de folios con los procesos abiertos en juzgados españoles derivados de la causa de Garzón, paralizada por haber acusado de prevaricación a Garzón.




MERCEDES CERNADAS/ MIGUEL PARDO | 15/07/2011 - 13:46 h.













La Fiscalía General del Estado, el juzgado de Instrucción 5 de la Audiencia Nacional y una sala de Granada acaban de enviar a la Justicia argentina tres tomos con cientos de folios que tratan de justificar que España ya está juzgando los crímenes franquistas, con el fin de que no prospere la querella impulsada por el gallego Darío Rivas para que se depuren responsabilidades por la desaparición de más de 100.000 personas y el secuestro de 30.000 niños durante la dictadura. Si los responsables judiciales del caso consideran que los argumentos españoles no son suficientes, esto habilitaría a Argentina para abrir el proceso, que podría encausar a los 13 ministros de Franco que aún siguen vivos, entre ellos a Manuel Fraga.

Como confirmaron a Xornal fuentes del Ministerio de Justicia, el informe remitido por la Fiscalía General incluye una relación de los juzgados españoles en los que están abiertos casos relacionados con las víctimas del franquismo. Estas causas son las derivadas del proceso que había abierto el juez Baltasar Garzón en la Audiencia Nacional y que fue paralizado al imputar al magistrado por prevaricación al considerar el Tribunal Supremo que Garzón “montó un artilugio jurídico” para juzgar los crímenes de la dictadura.

Los informes fueron enviados a principios de junio al Ministerio de Asuntos Exteriores español, que a su vez se los remitió a la embajada de Argentina en España, y ayer llegaron al país austral. Son la respuesta al exhorto diplomático remitido hace ocho meses al Gobierno de España por la jueza argentina María Servini de Cubria para que aclarase si está investigando el “genocidio” cometido en el país entre el 17 de julio de 1936 y el 15 de julio de 1977.

El abogado argentino Máximo Castex confirma que hoy tendrán físicamente los cientos de folios y comenzarán a estudiarlos. “Hemos solicitado las fotocopias, es bastante extenso y tenemos programado para mañana –por hoy– empezar a leerlo detenidamente”, dice.

El letrado Carlos Slepoy, coordinador de la demanda y que colaboró con Garzón en diversas causas contra crímenes de lesa humanidad, explicó a Xornal cuál cree que es la estrategia del Estado español: “Creemos que es un intento de retrasar el proceso o tratar de justificar que ya se están investigando estos crímenes, algo que sería incierto y un sinsentido, ya que la recusación de Garzón demuestra que no se está haciendo”, argumenta.

“Nos da la sensación de que quieren engañar a la Justicia argentina, pero se sabe lo que pasa en España. Sea como sea, si sus argumentos no le valen a la justicia argentina, eso habilitaría al país para actuar sobre los responsables que aún están vivos”, añade.

A la querella, en la que trabajan de forma gratuita prestigiosos abogados, se sumaron casos de otros treinta represaliados y está avalada por diversas asociaciones de memoria histórica. Los letrados invocan el principio de justicia universal al que están sujetos los crímenes de lesa humanidad para que la causa sea juzgada en Argentina, como los crímenes de Pinochet en Londres en 1998 a iniciativa de Garzón.



PROPOSICIÓN DEL BNG

El BNG defenderá el martes en el pleno del Congreso una proposición para reformar la Ley de Amnistía para que esta norma no pueda seguir esgrimiéndose como un impedimento para perseguir y juzgar los crímenes del franquismo e incluso sirva para reabrir causas ya archivadas en virtud de ese argumento, como la que intentó abrir Garzón. Los nacionalistas aducen que se ha dado una interpretación de la ley que ha servido de coartada para defender que se amnistió también a los responsables de los crímenes. “Se ha desvirtuado el principal objetivo y razón de ser de la ley, equiparando a víctimas y verdugos”, denuncian.

Este domingo, el día antes del 75 aniversario del inicio de la Guerra Civil, la Illa de San Simón, en Redondela, acogerá a las 11.00 horas un homenaje a las víctimas organizado por la Iniciativa Galega pola Memoria y la Fundación Illa de San Simón.

domingo, 12 de junio de 2011

Foro para la Memoria exhumará dos guerrilleros muertos tras la guerra civil ( El Periódico de Aragón - 08/06/2011 )

viernes, 10 de junio de 2011

Diario de un soldado fusilado
El Progreso, 09/06/2011 - 10 Junio 2011 Ese diario fue el culpable de que a las cinco de la mañana del 10 de mayo de 1937 fuese fusilado en A Coruña






L.A.R. / El Progreso (Monforte)

Al final lo consiguió, aunque de forma indirecta. Faustino Vázquez Carril era un soldado monfortino de reemplazo del Parque de Artillería de A Coruña que fue desplazado en los primeros días de agosto de 1936, en el inicio de la Guerra Civil, con las columnas gallegas hacia Oviedo. Faustino era un joven como tantos otros de aquellos años, formado en el colegio de los Escolapios, pero al que le gustaba escribir y que tuvo la idea de redactar un diario de campaña con el deseo de verlo en algún momento publicado.

Ese diario fue el culpable de que a las cinco de la mañana del 10 de mayo de 1937 fuese fusilado en Punta Herminia, en A Coruña, tras ser condenado a muerte por sentencia de un consejo de guerra, pero también ha sido la causa para que Emilio Grandío Seoane (A Coruña, 1967), profesor titular del Departamento de Historia Contemporánea y de América de la Universidad de Santiago de Compostela haya recuperado lo escrito por Vázquez Carril durante los primeros meses de la contienda bélica en un libro titulado ‘Las columnas gallegas hacia Oviedo. Diario bélico de la Guerra Civil española (1936-1937)’, presentado en la tarde de ayer en la galería Sargadelos.

La obra se compone de dos partes complementarias. En la primera se pretende una aproximación a lo que supuso en los primeros meses de aquella guerra el desplazamiento con carácter urgente de varios miles de soldados y voluntarios desde los cuarteles gallegos con el objetivo de «liberar lo antes posible del asedio» al Oviedo del sublevado general Aranda.

En la segunda se transcribe el manuscrito titulado ‘Apuntes de mi blok’ , donde Faustino Vázquez relata sus experiencias y expone sus ideas. El abogado monfortino José Antonio Cardelle ayudó al autor del libro a indagar en la vida del protagonista de ese diario. Cardelle dijo que sus pensamientos eran anticlericales y que simpatizaba con la izquierda republicana de la época. Asimismo, señaló que ha sabido que, no contrario al ejército, se mostraba muy crítico con buena parte de los mandos alzados contra la República, especialmente contra Franco.

El autor de ‘Las columnas gallegas hacia Oviedo. Diario bélico de la Guerra Civil española (1936-1937)’, gracias a la ayuda de José Antonio Cardelle, al que nombra en varias ocasiones en sus páginas, hace un recorrido por todo lo escuchado y visto por Faustino Vázquez del 20 de julio de 1936, momento en el que sale de Monforte, donde estaba de permiso y es movilizado, hasta el hallazgo de su diario en los primeros días de 1937, cuando el destino no jugó a su favor.

En su libreta, su ‘blok’, y en papeles anexos que redactaba a lápiz conservados en el Archivo Militar de Ferrol aún se puede ver el barro de los campos de batalla asturianos. El destino quiso que fuesen hallados en el Hospital de A Coruña.



INVESTIGACIÓN

Peluquero y amante de la lectura

José Antonio Cardelle ayudó a Emilio Grandío a la hora de que en su libro apareciesen referencias al autor del diario de guerra, para que el lector supiese de quién se trataba. Cardelle, tras una intensa investigación, supo que Faustino Vázquez era el sexto de los hijos de un matrimonio formado por un vecino de Baamorto y una mujer de Fiolleda que vivían en el número 28 de la Rúa Santa Clara de la ciudad del Cabe y que después de dejar los estudios a los quince años había compaginado un trabajo de oficial de peluquería con su afición por la lectura y la escritura hasta que decide ingresar en el Ejército.

El diario El Combate

El investigador llegó a saber que el protagonista del libro intentó ser periodista, en concreto en el diario monfortino El Combate, pero que fue rechazado por sus «duros conceptos» y «alusiones molestas».

http://elprogreso.galiciae.com/nova/94232.html

miércoles, 8 de junio de 2011

Anuncian una querella por apología del franquismo en el Diccionario Biográfico
El Plural, 03/junio/2011 - 4 Junio 2011 Decir que Franco “montó un régimen autoritario pero no totalitario”, conculca “derechos fundamentales” y contraviene la ley de Memoria




Un grupo de personas, entre profesores universitarios, profesionales liberales y represaliados por el franquismo, todos ellos de Granada, han anunciado que ultiman una querella por la apología del franquismo que, entienden, hace el Diccionario Biográfico editado por la Real Academia de la Historia. Emilio García-Weydeman, profesor de Lengua española de la Universidad de Granada y uno de los promotores de la iniciativa, ha explicado a EFE que la querella, que los servicios jurídicos ultiman, será presentada ante el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía (TSJA).

Ha indicado que el colectivo denunciante también pondrá los hechos en conocimiento de la Fiscalía Superior de Andalucía por si considera oportuno abrir una investigación de oficio.

Contrario a la ley de Memoria

Según la fuente, el Diccionario Biográfico, que afirma entre otras cosas que Francisco Franco “montó un régimen autoritario pero no totalitario”, conculca “derechos fundamentales”, dado que la ley de Memoria Histórica prohíbe la apología del franquismo y, en su opinión, esto lo es. “Vamos a reclamar la tutela efectiva del derecho que como ciudadanos tenemos a que no se pisotee una ley”, ha explicado el profesor universitario.

Restitución del erario

Con la querella también se pretende restituir el gasto con cargo al erario público que haya supuesto la publicación de este Diccionario Biográfico editado por la Real Academia de la Historia.

Grupo en Facebook

A juicio del colectivo que secunda esta iniciativa, que según García-Weydeman surgió a raíz de la creación de un grupo en la red social Facebook contra el Diccionario Biográfico, el contenido de éste es “un insulto a la inteligencia” y una falta de respeto a la memoria de los represaliados.

http://www.elplural.com/politica/anuncian-una-querella-por-apologia-del-franquismo-en-el-diccionario-biografico/

La Brigada Lincoln: los héroes ocultos de América
Anna Grau. Fronterad /Rebelión, - 5 Junio 2011 En su día el FBI les etiquetó de “antifascistas prematuros”






Decenas de historias personales duermen en los archivos de la Brigada Lincoln que se guardan en la Biblioteca Tamiment de la Universidad de Nueva York. Pero es un triángulo de las Bermudas de la desmemoria. Para muchos estadounidenses de la calle los “lincolns” no existen. O solo existen como súcubos de un inframundo comunista irreal, contra los que quizás se cometió algún atropello histórico, pero a saber qué habrían hecho si les hubieran dejado. En su día el FBI les etiquetó de “antifascistas prematuros”, chocante baldón que con muy contadas excepciones inhabilitaba para obtener ningún puesto militar de rango en la Segunda Guerra Mundial, o ni siquiera para servir en ella. No se entiende la tenaz resistencia que, vistos desde fuera y sin prejuicios, encarnan la quintaesencia más mítica de lo americano. La vocación de salvar el mundo

Bill Bailey tenía 24 años el día de verano de 1935 en que subió a bordo del Bremen, un barco alemán anclado en el puerto de Nueva York. Con su larga y apuesta humanidad disfrazada de esmoquin parecía de buena familia de Manhattan o por lo menos el rey del mundo, en lugar del hijo de sufridísimos inmigrantes irlandeses, marino mercante y comunista heterodoxo que era. Había estado a punto de darse de baja del partido porque él nunca aguantó el ordeno y mando de nadie, pero un viaje como marino a la Italia de Mussolini le hizo desistir en el último minuto de romper el carnet. Entre una cosa y otra Bill Bailey estaba absolutamente decidido a cumplir una misión, y esta misión era arrancar la bandera con la esvástica que ondeaba en lo alto del mástil del Bremen. Así lo hizo. La insignia nazi se fue gloriosamente de cabeza al río Hudson. Aunque luego, volver a bajar del mástil, no fuera lo que se dice un camino de rosas. Hubo que pelear primero con la tripulación alemana y luego con la policía americana y pasar cierto tiempo en el calabozo.

Dos años después Bill Bailey se encontraba en España. Se había alistado en las Brigadas Internacionales junto con otros 2.799 voluntarios norteamericanos que combatieron contra Franco y en defensa de la República. Él luchó durante dieciocho meses en el cada vez más diezmado batallón que por una lógica más propagandística que militar acabaría llamándose la Brigada Abraham Lincoln. En Belchite, Bailey logró arrebatar una bandera franquista al enemigo. Orgulloso la firmó y la mandó de recuerdo al sindicato de los marinos en San Francisco.

Al volver de España, Bill Bailey retomó sus actividades sindicales. Llegó a ser una leyenda viva para la marinería norteamericana por acciones tales como enfrentarse a las autoridades que, en plena Segunda Guerra Mundial, querían denegarle el permiso para volver a embarcar —es decir, que condenaban a morirse de hambre— a un marino japonés-americano, nacido en Hawaii (como Obama), porque tenía “antecedentes criminales”. Tales antecedentes consistían en haber robado de niño la bicicleta de un vecino (sus padres eran demasiado pobres para comprarle una), bicicleta que devolvió tras darse una ansiada vuelta en ella.

Bailey embistió como un toro al tribunal: les desafió a fusilar sin más dilación al marino hawaiano-nipón si de verdad tenían pruebas de que era un agente antiamericano al servicio de Tokio. Pero, de no tener esas pruebas, les conminó ferozmente a restituirle intactos todos sus derechos. Él, Bailey, se hacía personalmente responsable de sus acciones. En esta ocasión los inquisidores se amedrentaron y retrocedieron.

En 1988, Bill Bailey regresó a España a cumplir un encargo delicado: llevar a Belchite las cenizas de otro Lincoln, su gran amigo y compañero de trinchera Bill McCarthy. Curioso apellido, es cierto, para alguien que en el fondo de su corazón nunca tuvo muy claro si quería ser comunista o cura. Mientras se lo pensaba, McCarthy se encontró haciendo la guerra y comprobando hasta qué punto la realidad desafía al idealismo: “Llegué a España lleno de verdadero fervor revolucionario. Iba a parar el fascismo. Pero en nada estaba agarrando a mi mejor amigo, quien tenía una bala en el estómago. Traté de rezar un avemaría pero no logré acordarme. Simplemente estaba allí, tratando de mantener las tripas de mi amigo dentro de su cuerpo”.

“Tantos muchachos extraordinarios murieron allí. Me habría gustado ser uno de ellos”, le susurró con una pena indecible Bill McCarthy a Bill Bailey en el hospital de California donde se moría. Y Bill Bailey le contestó a Bill McCarthy: “Conseguimos marcar la diferencia, amigo. Acuérdate de España”. Tanto se acordaba McCarthy que le pidió a su amigo que, una vez muerto, le llevara de vuelta allí. Que le devolviera a la tierra que hace inmortales a los que pelearon por ella, según escribiría Ernest Hemingway en el segundo aniversario de la batalla del Jarama: “Porque nuestros muertos forman ahora parte de la tierra de España y la tierra de España no puede morir nunca. Cada invierno parece que muere pero cada primavera renace. Y con ella nuestros muertos vivirán para siempre”.

Llovía y hacía frío el 25 de abril de 1988, un día poco propicio para pasear por el Belchite fantasma que la guerra dejó tras de sí. A Bill Bailey se le ocurrió que podía haber esparcido las cenizas de su amigo al aire, dejar “que fueran la lluvia y el viento las que las mezclaran con la tierra de España”; pero en seguida rechazó la idea. Decidió que Bill McCarthy se merecía una morada de descanso permanente más elaborada. Entonces se puso a escarbar con sus grandes manos de marino la postrera trinchera para el camarada caído. Con dos palos recogidos en el suelo armó una pequeña cruz. De ella colgó una etiqueta plastificada con el nombre de McCarthy y su identificación como voluntario de la Brigada Lincoln. Y musitó: “No más promesas, Bill; no más promesas”.

Bill Bailey murió en 1995 también en California, donde pasó sus últimos años viviendo solo en un cobertizo de los que las autoridades habían construido para las víctimas de los terremotos. Nunca salió de pobre. Ni olvidó el hambre que llegó a pasar en plena caza de brujas en Estados Unidos, cuando muchos que como él habían combatido en España se vieron abocados al paro forzoso —ya se ocupaba el FBI de que nadie les quisiera dar trabajo—, cuando no a la persecución política directa. Y eso que Bailey acabó siguiendo su primer impulso y saliéndose definitiva e irreversiblemente del Partido Comunista norteamericano en 1956, cuando trascendieron las atrocidades de Stalin.

En su último viaje a España en los años ochenta a Bill Bailey le pidieron aparecer en un documental sobre la guerra. Aceptó encantado, para encontrarse con un problema absurdo: él quería que le filmaran en la cota 666 de la Sierra de Pandols, en su día defendida heroicamente por las Brigadas Internacionales, llevando una bandera republicana en la mano. Pero, ¿dónde encontrar una bandera republicana en la España de los 80? Ahí te quiero ver. En el equipo de producción del documental no tenían ni idea y esto sumió a Bill Bailey en una honda melancolía. Hasta que se le ocurrió asomarse por la ventana de la habitación de su hotel y quedó boquiabierto. Era Primero de Mayo. Bañaba las calles de Madrid un río de banderas rojas. Y entre ellas, como un salto mortal del corazón, divisó el inolvidable destello rojigualdo y púrpura. Una chica muy joven, casi una adolescente, lo hacía ondear.

Bill Bailey bajó a la calle como un rayo. Se arrojó a la manifestación. Luchó a brazo partido por no perder a la chica de la bandera republicana entre la multitud. Parecía tan pequeña y tan frágil. Bill se abría camino como en los buenos tiempos del Bremen, con el cuerpo unas cuantas décadas más gastado, pero con el alma igual de terca. Alcanzó a la chica. Trató de explicarle para qué necesitaba aquella bandera. Pero la chica no se la quería dar. No le conocía de nada y además no entendía ni torta de lo que aquel extranjero alto y largo, de ojos extravagantemente azules y nariz de patata irlandesa, peroraba a pleno pulmón.

Por aquello de la caballerosidad española (¿te está molestando este viejo, guapa?) intervino un chico. Resulto que este sí hablaba inglés. Bill Bailey redobló sus esfuerzos comunicativos para darse de bruces con otro cuello de botella: el chico pillaba las palabras, pero no el tema. No había oído hablar en su vida ni de la Sierra Pandols ni de las Brigadas Internacionales. ¿En serio? ¿No sabéis quiénes fuimos ni lo que hicimos?, preguntó Bailey, sobrecogido de incredulidad y de espanto.

Hasta que cayó, vamos a suponer que del cielo, una señora algo más mayor que aunaba un cierto don de lenguas con ciertos conocimientos de Historia. Esta mujer por fin comprendió lo que Bailey se esforzaba por explicar y se le contó a la chica. Y ésta, dominando por fin el miedo —no todas las ignorancias son atrevidas— dio primero un pasito, luego otro, dudó todavía un poco más y por fin soltó la bandera republicana. Bill Bailey la cogió y lloró como un niño.

Alvah Bessie, un intelectual en el barro

No todo el mundo tiene presente que muchos exbrigadistas internacionales le retiraron el saludo y hasta la consideración de ser humano a Ernest Hemingway después de que escribiera Por quién doblan las campanas. Y es que la que para muchos ha quedado como la gran epopeya de los lincolns en España fue recibida por algunos de ellos como un insulto. Eso se debe a que la novela ataca al alto mando comunista y a los comisarios políticos de las Brigadas Internacionales, denunciando los abusos de autoridad y de poder de los que también hablaría George Orwell en su Homenaje a Cataluña, pero que pocos brigadistas conocieron de primera mano. Aunque sobre todo influyó el tipo de brigadista elegido por Hemingway para protagonizar su historia.

La mayoría de los lincolns era gente socialmente muy sencilla. La brigada americana se nutrió sobre todo de hijos de inmigrantes castigados por la dureza de la Gran Depresión, obreros rasos, gente del pueblo llano en el sentido más literal. Muchos no habían viajado nunca al extranjero hasta que se embarcaron para la guerra. Hubo quien mandó a casa fotos de una “fabulosa piscina” que no era otra cosa que la fuente de la plaza de España de Barcelona. En la práctica pocos lincolns se reconocían en Robert Jordan, el héroe hemingwayano que en la película interpreta Gary Cooper, y que es un profesor universitario de buena familia republicana. Un rebelde bien educado.

Aunque por supuesto había excepciones. Alvah Bessie —curiosamente uno de los que más se enfadarían con Hemingway— era una. Formado en la selecta Universidad de Columbia, precoz traductor al inglés de poesía de vanguardia francesa, novelista, periodista y guionista (llegó a ser candidato a un Oscar por Objetivo Birmania), su comunismo era una construcción mental, un lujo del espíritu, que Bessie trató de convertir en acción directa alistándose en las Brigadas Internacionales.

De aquella experiencia quedó un testimonio autobiográfico, Men in Battle, menos famoso que la novela de Hemingway, pero que en más de una ocasión la supera en valor literario, en intensidad de la experiencia del autor y en el impactante contraste entre la sofisticación de su mente y la crudeza de lo que le rodea. Es la experiencia de un intelectual que se ha tirado al barro.

En sus escritos y crónicas (trabajó en la prensa interna oficial de las brigadas), Bessie se revela como un narrador extraordinario. Por ejemplo cuando describe el conmovedor heroísmo de los lincolns, utilizados una y otra vez como inexperta carne de cañón a la que le tocaban todas las misiones y todas las resistencias suicidas. La eficacia de su pluma se desploma en cambio cuando trata de explicar la otra cara de la moneda (las cobardías que también hubo, el descorazonador goteo de deserciones…) recurriendo antes a lo político que a lo humano. Cuando trata de cuadrar la realidad y sus paradojas a martillazos ideológicos.

Este tipo de autolimitación mental lastró el despegue literario de Alvah Bessie después de la guerra, aunque no tanto como la persecución de que fue objeto por parte del Comité de Actividades Antiamericanas. Ellos iban a por él y él les salió al encuentro como quien se estrella contra un muro. Fue uno de los famosos Diez de Hollywood represaliados, en su caso hasta el punto de pasar diez meses en la cárcel y de no volver a trabajar jamás en el cine. Al salir de prisión tuvo que ganarse la vida llevando las luces y el sonido de un club nocturno de San Francisco. En 1965 escribió un libro sobre la inquisición padecida y en 1975 otro basado en un viaje de madurez a España, titulado Spain again. Murió en 1985 en California.

John Leopold Simon, con el FBI en los talones

Para muchos brigadistas el tiempo que pasaron en España fue el más interesante de su vida. Pero a nosotros a veces nos puede atraer más lo que les ocurrió antes y después. Es por ejemplo el caso de John Leopold Simon, alias William Alexander —era frecuente que los lincolns se alistaran con nombres falsos; conviene no olvidar que en los pasaportes americanos de la época ponía “no válido para viajar a España”—, cuyo caso constituye un retrato robot de los métodos del FBI para espiar a los ciudadanos de su país que se salen por la tangente de la época.

El FBI abre su primera ficha sobre John Leopold Simon en fecha tan temprana como el 11 de febrero de 1937. El número de su expediente es el 62-1236 AG y lleva el elocuente epígrafe de “actividades antifascistas”. Dice el expediente que el 5 de febrero de este año determinado abogado de Philadelphia (al que no se identifica) informa que una de sus clientas le ha llamado para decirle que su hijo John Leopold ha salido de casa a las siete y media de la mañana, primero con la excusa de ir a una entrevista de trabajo a Nueva York, finalmente admitiendo que en realidad partía para España en calidad de médico de campaña. Del joven se sabe que tiene 24 años, que está estudiando tercer curso de Medicina en Jefferson College y que nunca hasta ahora había “dado problemas”, aún teniendo una inequívoca “inclinación radical”. La madre y su abogado querían saber si era posible hacer alguna gestión que impidiera a John Leopold salir de Estados Unidos.

Historiador, autor de ´El holocausto español´
Paul Preston: ´Con la memoria histórica la gente busca justicia´

"La herida sigue viva, aunque no estoy tan seguro de que esté tan abierta como se dice en la prensa o como interesa a ciertos políticos"





Paul Preston abelardo comes


Diez años ha invertido Paul Preston (Liverpool, 1946) en el libro ´El holocausto español´, que lleva el clarificador subtítulo de ´Odio y exterminio en la guerra civil y después´. Las 150 páginas de bibliografía son el reflejo de una labor que a punto estuvo de, dice, echarle de su propia casa. En esta obra, Preston pretende mostrar el sufrimiento en esa época tanto de la derecha como de la izquierda

ANDRÉS MONTES | A CORUÑA –¿Cuánto tiempo hay detrás de este libro y cuál ha sido el proceso?
–El libro me costo más de diez años y tiene su arranque en mi tesis doctoral, en la que indagaba ya sobre los orígenes de la guerra. Siempre mantuve el interés por lo que ocurrió en la contienda y, a lo largo de los años, fui haciendo libros sobre distintos aspectos, aunque la curiosidad en torno a lo que les ocurrió a los civiles en la retaguardia se iba incrementando. En 1987 publiqué un libro cuyo título versaba sobre la memoria histórica. Y a finales de los noventa se produjo lo que yo denomino el ´auge de los nietos´. Empecé a comprar casi todo lo que salía sobre este asunto y la cantidad de libros que junté casi me echa de mi propia casa. Entonces tomé la decisión de que para hablar con autoridad había que abordar lo ocurrido en las dos zonas, en la franquista y en la republicana, lo que incrementó muchísimo el trabajo. Esto es una síntesis de libros publicados, de husmear en documentos, de hablar con gente... Utilicé todos los métodos a mi alcance.
–Usted manifiesta que su intención es llegar a la raíz de aquel odio fratricida que estalló en la Guerra Civil.
–Di por terminado el libro cuando consideré que había contestado ya a las preguntas que me había hecho al principio. Las causas de ese odio eran las tremendas injusticias sociales que constituían la nota dominante de la vida en España a comienzos de los años treinta y que se arrastraban desde hace siglos. Con la República hubo un intento de cambiar esa situación, algo que los sectores sociales que habían sacado más beneficio de ella no estaban dispuestos a tolerar. El hambre lleva a la gente a la desesperación y eso puede explicar el odio que estalla en la guerra.
–La de la Guerra Civil es una herida que no se cierra y sigue provocando un fuerte encono social.
–La herida sigue viva, aunque no estoy tan seguro de que esté tan abierta como se dice en la prensa o como interesa a ciertos políticos, porque el paso del tiempo soluciona estas cosas. Los que empezaron la guerra, los militares y sus aliados, cometieron grandes atrocidades que trataron de justificar con la mitología de las dos Españas, la de los espanoles reales y verídicos y la antiespaña dominada por Moscú y los judíos. Durante toda la dictadura nunca hubo el más mínimo intento de reconciliación. Franco quería tener a los españoles divididos en vencedores y vencidos. Con la muerte de Franco ese control desaparece. El esfuerzo de quienes quieren recuperar a sus familiares se ha descalificado como un intento de remover las cenizas, cuando esa gente lo único que quiere es conocer el paradero de sus seres queridos: buscan justicia, no venganza; pero eso incomoda a mucha gente y resulta útil para algunos que agitan de nuevo el fantasma de la guerra.
–Usted identifica en el libro dos maneras de llevar a cabo ese ataque contra la población civil, una de cada bando.
–Existen inmensas diferencias entre lo que ocurrió en cada bando. La primera, la numérica. Los muertos a manos de los franquistas son, como mínimo, tres veces más. En zona republicana el número de víctimas se encuentra en torno a las 50.000, mientras en zona rebelde deben rondar los 150.000. Lo que nos va a llevar a otra diferencia, que es la de la intencionalidad. En la zona rebelde y después, durante la dictadura, las autoridades alentaban las matanzas, mientras que en la zona republicana los responsables trataban de evitar esas atrocidades.
–Se refiere a la matanza de Paracuellos como la peor atrocidad del bando republicano y eso se vincula con Carrillo.
–Decir de Paracuellos "Carrillo es responsable" es insostenible porque había muchos responsables en todo ese proceso. Pero él es un elemento clave en todo eso y resulta absurda su afirmación de todos estos años de que no sabía nada. Es absolutamente evidente que lo sabía porque recibía informes diarios de lo que estaba pasando.
–¿Desentrañar lo que ocurrió en la Guerra Civil contribuye a restañar esa herida?
–Esa es mi esperanza. Espero que este libro contribuya a la reconciliación, porque tratar desde la misma óptica moral a los dos bandos confío que contribuya a mostrar que hubo sufrimiento en ambos lados y que los que lo padecieron eran españoles, sin ninguno de los adjetivos que les colocó la retórica de las dos Españas.